Bernardo Elizondo, uno de los gobernantes más progresistas que tuvo Bragado, cuando en 1924 asumió la Intendencia, se lanzó a la tarea de ejecutar tres obras que el pueblo, como tal, requería. En primer lugar: la Casa Municipal.
El apuro por iniciar las tareas era tan imperioso, que se facultó al Intendente para dar comienzo a las obras utilizando los fondos especiales existentes “ y los que pueda tomar de rentas generales”.
Para ganar tiempo, “dado que las obras requieren pronta ejecución”, decía el decreto, en enero de 1925 se ordenó el llamado a concurso para la confección de planos y bases de la construcción, mientras se tramitaba la autorización legislativa.
Resultó ganador el proyecto “Laguna”, presentado por los arquitectos Enrique Quincke y Antonio Nin Mitchell, que se convirtió en proyecto definitivo y se confió a esos profesionales la dirección de la obra.
En agosto, el Concejo aprobó el proyecto definitivo de construcción. Pero se necesitaba más terreno para que la obra pudiera lucir en todo su esplendor. Por eso, con la debida autorización del Concejo, Elizondo adquirió, de Amancio Montes, un terreno lindero con la casa municipal, de trece metros de frente sobre calle Alsina
El dinero para la construcción estaba disponible y provino del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Sintetizando, el convenio suscripto con la entidad crediticia establecía que el Banco, además de su comisión, retendría lo recaudado en concepto de patentes de rodados durante cinco años, tomados desde el 1º de enero de 1927.
La demora se consideraba un riesgo y la iniciación de las obras “no podía postergarse por más tiempo por el estado ruinoso, con evidente peligro de desplomarse, del actual edificio”, indican los documentos.
El 6 de mayo de 1926 el Intendente decretó el traslado de las oficinas al local arrendado “a la sociedad Asilo San Vicente de Paul” y una semana después se inició la demolición del viejo edificio municipal.
Piedra fundamental e inauguración
El 30 de agosto de 1926, fiesta de nuestra Patrona, se efectuó la ceremonia de bendición de la piedra fundamental del nuevo edificio comunal y se eligió como padrinos al doctor Pedro R. Núñez y su esposa Adela Ginocchio.
Justamente un año más tarde, el 30 de agosto de 1927 llegaron a Bragado el gobernador de la Provincia, los ministros de Gobierno y Obras Públicas, el jefe de Policía Guillermo González, otros altos funcionarios y varios legisladores, una importante comitiva, para inaugurar la nueva Casa Municipal.
Arribaron en tren, en horas de la mañana y fueron recibidos por las autoridades locales y gran cantidad de público, que pugnaba por conocer al gobernador y a su esposa, por el hecho de ser ésta bragadense. Más de uno conocía la historia de esa familia porque su padre, Anastasio González, había sido uno de los primeros pobladores.
Las autoridades, seguidas por la multitud, se dirigieron a pie hasta la Municipalidad.
La ceremonia se inició a las trece horas con la bendición del edificio, a cargo del obispo auxiliar monseñor Santiago Copello y fueron padrinos el gobernador Agustín Vergara y su señora Aurora González, el señor Juan B. Mignaquy y su señora Dolores I. de Mignaquy, representada por María Luisa Macaya de Michat.
Siguió el almuerzo en el Club Español, responsabilidad que cupo al encargado de la cantina Emilio Llorente, con un menú seleccionado especialmente, adecuado a la categoría de los asistentes, que incluía entrada, platos calientes a elección y postre. En cuanto a las bebidas era posible degustar los mejores vinos, blanco, rouge, jerez y champagne francés. Después del postre, licores, habanos, bombones y café.
La vajilla se estrenó ese día y los mozos cumplieron su papel a la perfección. Eran porteños y estaban adiestrados, acostumbrados a desenvolverse en las grandes recepciones que tenían lugar en Buenos Aires.
Los festejos programados eran muchos y se habían iniciado dos días antes, con un gran almuerzo popular en el Prado Español, seguido de baile, porque el acontecimiento lo justificaba y el 29 hubo una función de biógrafo que despertó el entusiasmo de la multitud asistente.
El día 30 por la noche tuvo lugar la gran reunión de gala, con lunch y baile en el resplandeciente Salón Blanco, al que se accedía por rigurosa invitación. Las damas y jóvenes lucían trajes largos de fiesta, cuya procedencia no dejaba lugar a dudas; tenían el sello de las grandes tiendas capitalinas, Gath y Chaves, Harrod’s y otras casas de alta costura, aunque no se quedaron atrás las más acreditadas modistas locales, como las señoritas Cattoni. Sus prendas eran famosas por el corte perfecto y la esmerada terminación, propias del sistema Piedra al que se habían plegado, creado por una modista bragadense llamada Geazul Piedra, que dio a conocer su método, lo impuso en la Capital y logró su reconocimiento en todo el país.
Era la década de “los años locos”, por lo que es fácil imaginar el tipo de atuendos que lucieron las jóvenes y damas invitadas. Para los trajes de fiesta la moda marcaba poco vuelo en la falda y destacaba la presencia de grandes escotes, que abandonaron la delantera e iniciaron su descenso por la espalda, casi hasta la mitad y en otros casos descubrieron totalmente los hombros, con el adorno de finísimos breteles.
No se vieron concurrentes con tez blanquísima, rasgo característico de la primera parte del siglo, porque la mayoría se plegó al uso de polvos, como el Coty “rachel” y no dudaron en colorear las mejillas. El aspecto del rostro también había cambiado y como la tendencia de la época era copiar a Josephine Baker o Greta Garbo, las divas de las películas mudas, muchas lucieron cejas finísimas, los ojos ennegrecidos y los labios al rojo vivo, además de la melena a la garçon, que en su carrera arrolladora, le ganó la partida al cabello largo.
Había vestidos de raso, seda natural o gasa y las señoras lucieron sus mejores joyas de oro o platino, con brillantes, rubíes o zafiros y perlas legítimas, que pudieron mostrar con tranquilidad, porque todavía nadie se atrevía a adueñarse de lo que no era suyo. Las piedras de fantasía fina también se hicieron presentes en los larguísimos collares, que completaron el atuendo de muchas jóvenes y los abrigos fueron principalmente capas de paño o de terciopelo. En cuanto a los zapatos, hubo de todo, pero abundaron los forrados con la misma tela del vestido. Y tampoco faltaron los guantes largos y los mitones.
Las bombas y los fuegos artificiales pusieron ruido y color en la noche y mientras la muchedumbre se retiraba, al finalizar los actos en la plaza, a través de las ventanas del primer piso escapaba en oleadas el bullicio de las voces, entremezcladas con los sonidos de la música.
Nuestro palacio municipal ...es de estilo neo-clásico francés, con estructura de palacio y mansarda, que responde a la tendencia imperante en nuestro país en el primer cuarto del siglo XX .
El edificio se concibió como una unidad aislada del entorno y lo que lo jerarquiza es su tamaño y la ubicación en el terreno, rodeado de jardines. De esta forma, despegada del entorno, ocupa un espacio bien diferenciado y logra destacarse.
En su planificación original el salón era similar al Salón de los Espejos del Palacio de Versailles, pero hubo modificaciones y el paso del tiempo comenzó a dejar su huella.
En el año 2003 fue restaurado, lo que permite admirarlo en todo su esplendor, porque las paredes y columnas están adornadas con magníficos trabajos de estucado en yeso que le aportan una elegancia y distinción difícil de describir y lo realza la nueva iluminación que se ha incorporado.
El edificio mantiene la imponencia y elegancia propias de su estilo clásico y el transcurso de los años permite comprobar la calidad de los materiales originales, que han resistido hasta hoy sin perder fuerza y consistencia.
El palacio municipal tiene un enorme valor histórico y arquitectónico, que se debe cuidar celosamente, porque es parte de nuestro patrimonio y nos enorgullece.
El acto por los 90 años de su creación será este meircoles (feriado local) a las 18:30 horas con una muestra alusiva y visita guiada