Jueves, 1 Mayo 2025
Bragado, Buenos Aires   
Locales  Miercoles 22 de Julio del 2020 - 13:30 hs.                4407
  Locales   22.07.2020 - 13:30   
El Textil Obriense: El legado de mi viejo
Andrés Dacundo es uno de los talleristas de O’Brien. Junto a su hermano, se iniciaron en la actividad luego de la trágica muerte de su padre
El Textil Obriense: El legado de mi viejo

La llegada de Andrés Dacundo a la actividad textil fue el producto de un drama familiar. Corría el año ’97 cuando se padre murió en un trágico accidente, mientras viajaba desde O’Brien a Bragado, para desempeñar su labor como policía. A diferencia de la gran mayoría de sus vecinos, Dacundo no había transitado su niñez ni su adolescencia de la mano con el aprendizaje del oficio del corte y confección.

Sin embargo, cuando su madre recibió el dinero correspondiente al seguro de vida por el fallecimiento de su esposo, decidió confiárselo a sus hijos, para que definieran su destino. Fue entonces cuando Andrés y su hermano Tomás acordaron invertirlo en máquinas de coser y montar su propio taller.

Hoy, se ganan la vida fabricando bombachas de campo y otras prendas de trabajo para importantes marcas -como Zoilo y El Paisano-, al mismo tiempo que continúan desarrollando la suya propia: Mi Viejo.

“Cuando mi mamá quedó viuda, y decidió darnos el dinero, con mi hermano decidimos compramos máquinas de coser, porque todo el mundo aquí en O’Brien lo hacía. Sin exagerar, podemos decir que tres cuartas partes de nuestro pueblo vive directa o indirectamente de la actividad textil”, afirma, mientras recorre con cuidado su garage, reconvertido en taller.

“Esto era un garage, ahora lo usamos como una parte del taller. Nuestro taller se divide en dos. Tenemos otro lugar, cerca de casa, pero lo ideal sería que todo se realizara en un mismo espacio”, explica.

En los talleres obrienses suelen convivir de quince a cincuenta personas, según sus dimensiones. A ellas se suman las personas que trabajan “afuera”, es decir, es sus propias casas, en donde habitualmente se tercerizan tareas específicas de alguna de las etapas del proceso de producción de una prenda.

“Por lo general, en las casas suele haber máquinas rectas, mientras que en los talleres están las máquinas especiales (cintureras, hojaladoras, botoneras, pasacintos, cerradoras, atracadoras, overlocks, etcétera)”, señala.

En el caso de los hermanos Dacundo, el procedimiento para fabricar una prenda puede demandar hasta tres días e involucrar a unas quince personas. “Nosotros recibimos los cortes y nos encargamos de terminar la prenda. Terminar una prenda nos puede llevar unos tres días. Si nos mandan 400 cortes, nos lleva alrededor de dos semanas tenerlos listos. Depende también de la disponibilidad de los trabajadores. A veces, una misma persona hace trabajos para varios talleres”, detalla Dacundo.

De su taller, salen confeccionadas unas 2.000 prendas por mes, de las “20 o 30 mil” que se fabrican en total en idéntico período en todo O’Brien, según sus cálculos. Todas ellas serán distribuidas por todo el país, hacia los destinos más diversos. “Es algo muy común conversar con alguien que vive en Buenos Aires o en otra ciudad importante, o incluso de otras provincias, y cuando le comentamos que somos de O’Brien, nos diga: ‘¡Ah! El pueblo de las bombachas de campo’. La actividad textil es una presencia muy fuerte en nuestra comunidad”, asegura.  

Bien de familia

A contramano de la norma, los hermanos Dacundo no incorporaron desde temprana edad el oficio textil. Sin embargo, en su rama familiar sí hay antecedentes de expertos la materia. “Aprendí el oficio trabajando. Desde que en O’Brien se instalaron fábricas como Milano, con el correr del tiempo se volvió habitual que muchos chicos que iban a la escuela por la mañana, a la tarde iban al taller. Muchos aprendieron así, porque arrancaron desde chicos. No fue mi caso”, comenta.

“Con Milano, el pueblo comienza a orientarse definitivamente hacia lo textil. Y en mi familia, mi abuela sabía coser y mi mamá también lo hacía”, agrega. Tras el cierre definitivo de la fábrica, en los albores de los ’90, quedó la herencia de una masa obrera calificada y desocupada, que se encontraba ante el desafío de reconstruir su porvenir.  

Eran cientos de personas que durante gran parte de su vida se habían dedicado al trabajo textil, por lo que no podía esperarse una salida a la crisis que prescindiera completamente del oficio. “Todas esas personas comenzaron a trabajar por su cuenta y de a poco fueron apareciendo los talleres”, rememora.

La desintegración de Milano no había erradicado la actividad textil de O’Brien, sino que, por el contrario, la misma se había reorganizado en múltiples unidades pequeñas de producción. “Cuando cerró la fábrica, el trabajo textil ya se había arraigado fuertemente en nuestro pueblo y hoy sabemos que, si no existieran los talleres, la enorme mayoría de la gente de O’Brien no tendría trabajo”, concluye Dacundo.

Su reflexión final sólo llegó después de un esfuerzo desmesurado por ilustrar, tan solo por unos segundos, un paisaje de la vida obriense desprovisto de los talleres y las herramientas del trabajo textil. Porque en O’Brien, todos -al igual que los hermanos Dacundo-, entienden que imaginar el pueblo sin su principal fuente de trabajo, es poco menos que imposible.

Publicado en El Textil Obriense - Número I.



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